“¡Ya basta de silencios! El día deseado es que cada ser humano, cada grupo social, cada pueblo pueda vivir en paz, con justicia y profundo respeto a su dignidad para liberarnos y liberar a otras personas de su sordera y su dificultad, para defender sus derechos requerimos de una sabia organización”.
Raúl Vera López


Cada día son más quienes reconocen al instante su voz que se alza indignada ante las injusticias, sus homilías incomodan, sus sermones son contundentes y sobre todo necesarios. Su palabra adquiere mayor volumen conforme su indignación crece emanada desde lo más profundo, su faz enrojece y en momentos parece que quisiera desbaratar el mal con el ímpetu de sus manos. Ayer hablaba de la debilidad de Calderón y su estrategia fallida contra el narcotráfico, hoy critica tenazmente la reforma laboral a la que considera una aberración. Sus demandas se escuchan desde el púlpito y en el micrófono, en foros multitudinarios y espacios cerrados, atrás, adelante y de lado de quien sea, porque él no se esconde, no muta según las circunstancias y  porque como él mismo lo dice, “soy pueblo, soy raza donde quiera que me encuentre”, siempre del lado de los oprimidos.
 Pero no muchos saben que Raúl Vera nació en Acámbaro Guanajuato, a donde regresó hace poco para dar testimonio del nacimiento de un grupo más que se compromete a defender los derechos humanos y el cual llevará su nombre. “Nunca las raíces fundamentales de nuestra cuna dejan de hacerse presentes en nuestra historia, sería un absurdo, una persona que niega su pasado es una persona sin identidad”, dijo el obispo de Saltillo a sus coterráneos, a quienes aseguró que en Acámbaro aprendió sus primeras herramientas para la vida y adquirió gracias a algunos maestros y sacerdotes una visión crítica de la historia de México. Creció entre campesinos e hijos de obreros ferrocarrileros en el barrio del Pinito a la orilla del pueblo y pasó sus primeros años interesado en el desenvolvimiento del mundo por influencia de su madre y padre quien no sólo fue ferrocarrilero y maestro, también fue corresponsal del periódico El Universal. Al paso de los años luego de estudiar teología y filosofía, regresó a  un pueblo indígena muy cerca del volcán Popocatépetl y se rencontró con la gente con la que creció: con los pobres, con ellos descubrió que los más marginados son capaces de ser sujetos constructores de historia, lo que considera una gran revelación. “Invertirle a los pobres del mundo es el mejor quehacer de la tierra”, dijo quien luego trabajaría junto con Samuel Ruíz en Chiapas durante los años de efervescencia del conflicto zapatista. “Cuando trabajamos por los indígenas, por los migrantes, nos volvemos ellos y defender a los pobres es echarse encima a quienes los maltratan”.
Durante su última visita a Acámbaro el pasado 4 de octubre  ante una gran cantidad de amas de casa, el recientemente nombrado candidato al Premio Nobel de la Paz 2012 advirtió que en nuestro país hay muchas mujeres que son asesinadas como parte de una estrategia criminal de gobiernos que quieren tener sometidos a los pobres, y advirtió por ello que es preciso entender que el maltrato a las mujeres responde a una fin desestabilizador. Recordó que su madre procuró que en su casa se repartieran los quehaceres equitativamente entre hermanos y hermanas lo que le ayudó a tener conciencia en su familia de la importancia de las mujeres en la sociedad, y ya encarrilado agregó que la Iglesia aún no le da el lugar merecido a las mujeres, “hay puro machín, pero eso tiene que cambiar desde el interior del hogar”. Recordó que es importante usar el lenguaje de género “ayúdense ustedes” dijo a las presentes, porque están borradas con la excusa de que el hombre es el término genérico.   
Su crítica es mordaz, inteligente, a veces con buen humor otras con verdadera indignación, se va acercando a las verdades más dolorosas de nuestro país, procura hacer conciencia de lo que la reforma laboral implica para nuestro país y se duele de la inconciencia de los legisladores. Pero el padre Vera como lo conocen en su pueblo, se va, tiene que continuar su camino, debe atender realidades urgentes en otras calles, en la mesa sin pan de la casa del minero, en las vías del tren manchadas de sangre, en los albergues repletos de jóvenes ya sin inocencia, tiene que seguir dando bendiciones a las indígenas, a los presos de conciencia, a los que como él son incansables.