LAS PRECIOSAS NEGRAS
Matías Contreras / Maquinista
“¡Era una cosa hermosa como jamás van a volver esos tiempos!
¡Es lo más precioso! Yo ahora pienso:
¿qué niño, qué joven, qué viejo no ha querido manejar un tren?
y si yo volviera a nacer... ¡Me volvía a hacer maquinista!”
Matías Contreras es un hombre que subyuga las miradas. Su voz clara habla fuerte y dice las verdades sin miramientos. Cuando platica se va arrancando como si fuera máquina de vapor: primero lento, tanteando las palabras, luego a toda prisa, se acelera, se apasiona y luego ya no hay quien le pare saltando de una historia a otra, sobre todo cuando se trata del Ferrocarril. Don Matías aceptó charlar conmigo luego de un segundo encuentro. Nos sentamos bajo la sombra generosa de un par de bellísimos árboles en una casa en donde periódicamente se reúnen los ferrocarrileros para tratar asuntos comunes: un pedazo de mundo apartado del calor y de la gente, en donde aún se palpan las almas de muchos que ahora ya no existen.
Con el orgullo más genuino, don Matías me contó que fue maquinista igual que toda su familia, a pesar de que su padre no quería que siguiera sus pasos por aquello de la fama de mujeriegos y borrachos que tenían, que según don Matías era algo más que mala fama: ¡era la puritita verdad! Sin embargo también fueron hombres muy valientes, sobre todo los que participaron en la Revolución Mexicana, ese fue el caso de algunos familiares de don Matías:
– Mi padre y mis tíos se iniciaron como pasaleña cuando se vino la Revolución. Los maquinistas y fogoneros viejos, que en ese entonces eran gringos, se fueron porque tuvieron miedo y les dejaron el trabajo a los mexicanos. Desgraciadamente, muchos murieron, uno de ellos fue mi tío que quedó allá por Torreón cuando le quemaron un puente y se fue pal’ barranco; mi padre y mis otros tíos se salvaron en algunas ocasiones. Muchos tenían grados militares según sus acciones, como mi tío Carlos que era coronel... don José Musquis a quien no le importaba pasar con la máquina sobre los soldados contrarios porque era zaino. También hubo otro que fue muy famoso, le decían el general Fierros que fue conductor.
Siendo muy niño se enamoró de “las preciosas negras, aquellos moustros que eran las máquinas de vapor” como él dice. Sin embargo a pesar de su enamoramiento entró a trabajar al Ferrocarril hasta que tuvo veinte años, era 1947: la gran época del Ferrocarril. El primer viaje pagado de Don Matías, por cierto en una máquina que todavía se conserva en Acámbaro, fue por casualidad, digamos que la mala fama de los maquinistas le benefició mucho:
“El primer viaje que me pagaron fue una vez cuando salí de emergencia. Aquella vez falló el fogonero de un tren que salía de Zitácuaro a Maravatío. Cuando llegó el llamador le dice al mayordomo:
– El fogonero anda “alegrito”, no puede salir, ¿a quién llamo?
En eso llegó el maquinista Ramón Ortega y me dice:
– ¿Qué pasa con mi fogonero?
– Pos ya te imaginarás “cómo anda”.
– Denme aquí a Contreras.
“Así fue como salí yo en lugar del fogonero de planta. Fue en la máquina esa 903 que está ahora en la ex estación ¡esa fue en la primera que me pagaron!”
Luego de ser fogonero, don Matías fue maquinista durante 35 años y llegó a ser el número uno de la División, lo que significaba que podía andar en los mejores trenes, en donde le pagaban más, aunque eso implicara los viajes más peligrosos, como los que hacía a La Montaña, un tramo entre Toluca y México en donde muchos “se chorriaron”, es decir, perdieron el control de la máquina y murieron.
Además le tocó manejar todo tipo de trenes, desde los de carga hasta los de pasajeros. A éstos últimos debían tratarlos con especial respeto porque los carros se golpeaban con frecuencia provocando malestar a los viajeros y sobre todo, porque los maquinistas no querían quedar a deber la losa de la cocina que traían los carros de primera clase, que muchas veces se rompían por las zarandeadas y luego se las cobraban. Y aunque dice don Matías que ninguno podía escoger su máquina, luego de mucho tiempo, estas poderosas “negras” se convertían para los maquinistas en algo parecido a sus protectoras, a sus mujeres y hasta en sus hijas, por eso las celaban tanto:
– Nosotros éramos muy celosos de nuestras máquinas, podíamos invitar a quien fuera ¡pero no siendo mujer! Porque no sólo los maquinistas eran celosos, también las máquinas, por eso: ¿mujeres? ¡mangos! Es de no creer pero una vez se subió una mujer que era administradora del hospital, aquí de Ferrocarriles, entonces al tiempo en que ella estaba arriba ¡la máquina aventó lumbre! La mujer se llamaba Meche y ya se andaba aventando desde arriba del miedo que le dio.
Con los años las máquinas de vapor desaparecieron y tuvieron que abrir camino a las Diesel, más ahorradoras y fáciles de conducir. Esto a don Matías no le gustó nunca, jamás ha podido comprender cómo pudieron desaparecer a “las prietas”, hermosas y duraderas, por unas máquinas insulsas y aburridas como las otras. Pero la modernidad no le arrancó las glorias a don Matías y uno de sus mejores recuerdos fue el tren presidencial:
“En lo del tren presidencial lo delicado era el manejo del equipo que llevaban los trenes, en los carros, tan sólo la losa había que cuidarla por la clase que podía tener. El que manejé fue con López Portillo, de México a Lázaro Cárdenas cuando entregaron según esto la vía en forma simbólica: la vía estaba buena hasta un lugar que se llamaba Las Cruces y todavía hasta Infiernillo, pero de ahí en adelante ya estaba sin durmientes, era un tramo muy malo. En ese tren debía hacer mi trabajo lo mejor que se pudiera porque el jefe de seguridad era difícil. Allí en Coróndiro, al ver a unos indígenas de por allí que se acercaban a la vía y que no sabían de protocolos, ordenó: “¡No me dejen entrar a esa gente! ¡mátenlos!”
“Después en el camino se le ocurre a una avioneta ir arriba del carro del tren en donde se consideraba que iba López Portillo. El avión entonces voló bajito y dicen que el “baboso” jefe de seguridad sacó la pistola y ya la iba a tirotear cuando salió el mismo señor presidente a tranquilizarlo”.
Luego de esa experiencia con el tren presidencial y las imprudencias del jefe de seguridad, don Matías Contreras, un hombre de complexión fuerte que a diario recorre un tramo largo de su casa al centro de la ciudad caminando, me contó más de las “chorriadas” que se dio en su máquina, situaciones que requerían de un maquinista habilidoso y tranquilo para no morirse.
Con voz arrebatada también trajo a la memoria historias en donde relató cómo jamás le gustó dejarse de nadie y cómo por esa razón siempre hizo su trabajo lo mejor que pudo. Además recordó con particular nostalgia cuando Acámbaro era un pueblo que vivía del Ferrocarril en su época de oro, un pueblo pequeño en donde circulaba dinero porque a todos les pagaban bien, sin embargo esos tiempos se acabaron, como se acabó la plática con uno de los más orgullosos ferrocarrileros que he conocido.
No obstante, hacia el final de la conversación, don Matías, con su gorra ferrocarrilera puesta todo el tiempo y su camisa arremangada, alcanzó a confesarme algo más:
– Esa era la vida del maquinista y todo eso que se dice de que eran bien famosos... es cierto, y de que eran bien mujeriegos y les gustaba mucho el trago, aunque no a todos... también es cierto. Yo creo era por el dineral que se ganaba, llevaban vida de marinos y como era un trabajo tan bonito había mucha gente que los quería, tenían mucho público en las estaciones cuando entraban, no se diga los domingos y los sábados. La mayoría sí tenían muchas admiradoras para qué es más que la verdad. Por eso hay historias, casi leyendas de maquinistas famosos, hubo algunos que sí tenían sus detalles, que sobresalían sobre los demás, muchos que eran dignos de contarse, que daba coraje, que daba risa, decía uno: ¿cómo es posible que hayan sido así?
Matías Contreras / Maquinista
“¡Era una cosa hermosa como jamás van a volver esos tiempos!
¡Es lo más precioso! Yo ahora pienso:
¿qué niño, qué joven, qué viejo no ha querido manejar un tren?
y si yo volviera a nacer... ¡Me volvía a hacer maquinista!”
Matías Contreras es un hombre que subyuga las miradas. Su voz clara habla fuerte y dice las verdades sin miramientos. Cuando platica se va arrancando como si fuera máquina de vapor: primero lento, tanteando las palabras, luego a toda prisa, se acelera, se apasiona y luego ya no hay quien le pare saltando de una historia a otra, sobre todo cuando se trata del Ferrocarril. Don Matías aceptó charlar conmigo luego de un segundo encuentro. Nos sentamos bajo la sombra generosa de un par de bellísimos árboles en una casa en donde periódicamente se reúnen los ferrocarrileros para tratar asuntos comunes: un pedazo de mundo apartado del calor y de la gente, en donde aún se palpan las almas de muchos que ahora ya no existen.
Con el orgullo más genuino, don Matías me contó que fue maquinista igual que toda su familia, a pesar de que su padre no quería que siguiera sus pasos por aquello de la fama de mujeriegos y borrachos que tenían, que según don Matías era algo más que mala fama: ¡era la puritita verdad! Sin embargo también fueron hombres muy valientes, sobre todo los que participaron en la Revolución Mexicana, ese fue el caso de algunos familiares de don Matías:
– Mi padre y mis tíos se iniciaron como pasaleña cuando se vino la Revolución. Los maquinistas y fogoneros viejos, que en ese entonces eran gringos, se fueron porque tuvieron miedo y les dejaron el trabajo a los mexicanos. Desgraciadamente, muchos murieron, uno de ellos fue mi tío que quedó allá por Torreón cuando le quemaron un puente y se fue pal’ barranco; mi padre y mis otros tíos se salvaron en algunas ocasiones. Muchos tenían grados militares según sus acciones, como mi tío Carlos que era coronel... don José Musquis a quien no le importaba pasar con la máquina sobre los soldados contrarios porque era zaino. También hubo otro que fue muy famoso, le decían el general Fierros que fue conductor.
Siendo muy niño se enamoró de “las preciosas negras, aquellos moustros que eran las máquinas de vapor” como él dice. Sin embargo a pesar de su enamoramiento entró a trabajar al Ferrocarril hasta que tuvo veinte años, era 1947: la gran época del Ferrocarril. El primer viaje pagado de Don Matías, por cierto en una máquina que todavía se conserva en Acámbaro, fue por casualidad, digamos que la mala fama de los maquinistas le benefició mucho:
“El primer viaje que me pagaron fue una vez cuando salí de emergencia. Aquella vez falló el fogonero de un tren que salía de Zitácuaro a Maravatío. Cuando llegó el llamador le dice al mayordomo:
– El fogonero anda “alegrito”, no puede salir, ¿a quién llamo?
En eso llegó el maquinista Ramón Ortega y me dice:
– ¿Qué pasa con mi fogonero?
– Pos ya te imaginarás “cómo anda”.
– Denme aquí a Contreras.
“Así fue como salí yo en lugar del fogonero de planta. Fue en la máquina esa 903 que está ahora en la ex estación ¡esa fue en la primera que me pagaron!”
Luego de ser fogonero, don Matías fue maquinista durante 35 años y llegó a ser el número uno de la División, lo que significaba que podía andar en los mejores trenes, en donde le pagaban más, aunque eso implicara los viajes más peligrosos, como los que hacía a La Montaña, un tramo entre Toluca y México en donde muchos “se chorriaron”, es decir, perdieron el control de la máquina y murieron.
Además le tocó manejar todo tipo de trenes, desde los de carga hasta los de pasajeros. A éstos últimos debían tratarlos con especial respeto porque los carros se golpeaban con frecuencia provocando malestar a los viajeros y sobre todo, porque los maquinistas no querían quedar a deber la losa de la cocina que traían los carros de primera clase, que muchas veces se rompían por las zarandeadas y luego se las cobraban. Y aunque dice don Matías que ninguno podía escoger su máquina, luego de mucho tiempo, estas poderosas “negras” se convertían para los maquinistas en algo parecido a sus protectoras, a sus mujeres y hasta en sus hijas, por eso las celaban tanto:
– Nosotros éramos muy celosos de nuestras máquinas, podíamos invitar a quien fuera ¡pero no siendo mujer! Porque no sólo los maquinistas eran celosos, también las máquinas, por eso: ¿mujeres? ¡mangos! Es de no creer pero una vez se subió una mujer que era administradora del hospital, aquí de Ferrocarriles, entonces al tiempo en que ella estaba arriba ¡la máquina aventó lumbre! La mujer se llamaba Meche y ya se andaba aventando desde arriba del miedo que le dio.
Con los años las máquinas de vapor desaparecieron y tuvieron que abrir camino a las Diesel, más ahorradoras y fáciles de conducir. Esto a don Matías no le gustó nunca, jamás ha podido comprender cómo pudieron desaparecer a “las prietas”, hermosas y duraderas, por unas máquinas insulsas y aburridas como las otras. Pero la modernidad no le arrancó las glorias a don Matías y uno de sus mejores recuerdos fue el tren presidencial:
“En lo del tren presidencial lo delicado era el manejo del equipo que llevaban los trenes, en los carros, tan sólo la losa había que cuidarla por la clase que podía tener. El que manejé fue con López Portillo, de México a Lázaro Cárdenas cuando entregaron según esto la vía en forma simbólica: la vía estaba buena hasta un lugar que se llamaba Las Cruces y todavía hasta Infiernillo, pero de ahí en adelante ya estaba sin durmientes, era un tramo muy malo. En ese tren debía hacer mi trabajo lo mejor que se pudiera porque el jefe de seguridad era difícil. Allí en Coróndiro, al ver a unos indígenas de por allí que se acercaban a la vía y que no sabían de protocolos, ordenó: “¡No me dejen entrar a esa gente! ¡mátenlos!”
“Después en el camino se le ocurre a una avioneta ir arriba del carro del tren en donde se consideraba que iba López Portillo. El avión entonces voló bajito y dicen que el “baboso” jefe de seguridad sacó la pistola y ya la iba a tirotear cuando salió el mismo señor presidente a tranquilizarlo”.
Luego de esa experiencia con el tren presidencial y las imprudencias del jefe de seguridad, don Matías Contreras, un hombre de complexión fuerte que a diario recorre un tramo largo de su casa al centro de la ciudad caminando, me contó más de las “chorriadas” que se dio en su máquina, situaciones que requerían de un maquinista habilidoso y tranquilo para no morirse.
Con voz arrebatada también trajo a la memoria historias en donde relató cómo jamás le gustó dejarse de nadie y cómo por esa razón siempre hizo su trabajo lo mejor que pudo. Además recordó con particular nostalgia cuando Acámbaro era un pueblo que vivía del Ferrocarril en su época de oro, un pueblo pequeño en donde circulaba dinero porque a todos les pagaban bien, sin embargo esos tiempos se acabaron, como se acabó la plática con uno de los más orgullosos ferrocarrileros que he conocido.
No obstante, hacia el final de la conversación, don Matías, con su gorra ferrocarrilera puesta todo el tiempo y su camisa arremangada, alcanzó a confesarme algo más:
– Esa era la vida del maquinista y todo eso que se dice de que eran bien famosos... es cierto, y de que eran bien mujeriegos y les gustaba mucho el trago, aunque no a todos... también es cierto. Yo creo era por el dineral que se ganaba, llevaban vida de marinos y como era un trabajo tan bonito había mucha gente que los quería, tenían mucho público en las estaciones cuando entraban, no se diga los domingos y los sábados. La mayoría sí tenían muchas admiradoras para qué es más que la verdad. Por eso hay historias, casi leyendas de maquinistas famosos, hubo algunos que sí tenían sus detalles, que sobresalían sobre los demás, muchos que eran dignos de contarse, que daba coraje, que daba risa, decía uno: ¿cómo es posible que hayan sido así?
HISTORIA CONTENIDA EN "PURO CORAZÓN FERROCARRILERO"
Recopilación de vivencias de ferrocarrileros acambarenses
www.radiosensacion.com.mx
Recopilación de vivencias de ferrocarrileros acambarenses
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