(Pero sí es la única que es símbolo de los obreros en el país)
Para ser sincera, imaginaba a Emma Yanes Rizo con muchos años más de los que tiene, fue una sorpresa encontrar a una mujer madura, dinámica, de suma fortaleza y empuje, con gran capacidad de análisis de la realidad. Tiempo atrás pregunté por ella a aquellos que decían conocerla, quería saber cómo era, cómo vestía, cuántos años tenía, pero sólo atinaban en decirme que era bajita de estatura, sin dar más referencias. La vi por primera vez en julio pasado en el cumpleaños 65 de La Fidelita y recordé aquella ocasión que supe de su existencia, cuando don Agustín Martínez, uno de los ferrocarrileros más apasionados que he conocido, me enseñó, como se muestra una reliquia, una copia engargolada del libro “Vida y muerte de La Fidelita, la novia de Acámbaro”. Ese día, Don Agustín se animó a prestarme la copia, no sin antes pedirme a modo de súplica y con el tono más amable del universo, que la cuidara y que se la regresara pronto, así lo hice. Y es que pasado el tiempo, me pude percatar que la obra, ahora agotada, es cada vez más difícil de encontrar en Acámbaro y los pocos que la conservan muy raras veces la comparten, y no es para menos, la obra de Emma Yanes es esencial para comprender nuestra historia ferrocarrilera, por eso es natural que se le guarde con tanto celo. Para conversar con Emma Yanes acudí al festejo que se hizo en la ex Hacienda de San Isidro, ahora propiedad de un particular. En el lugar y a la sombra de dos hermosos, gigantescos y centenarios laureles que hace poco tiempo fueron mutilados, se encontraban decenas de familias ferrocarrileras compartiendo el gusto de reencontrarse pese a las ausencias inevitables. Pedí a la escritora que me regalara unos minutos de conversación que inició en la mesa y terminó en la parte trasera de la Hacienda: ambas sentadas sobre un par de piedras, huyendo del calor y de la música que impedía charlas prolongadas. Emma habló de su trabajo en Acámbaro iniciado en los años ochenta cuando visitó por primera vez el pueblo. Habló también de la sorpresa de encontrarse con La Fidelita, de su significado, de sus encuentros y desencuentros con el mundo ferrocarrilero, con la esperanza y la desilusión que provoca a todos los enamorados del tren la situación actual de la empresa; pero sobre todo habló de la historia viva que se sigue tejiendo, que se sigue construyendo en torno a La Fidelita, contradiciendo a los que opinan que “no es cultura” como dijera un diputado, porque pese a esos señalamientos, el ferrocarril y en especial La Fidelita, son un símbolo vivo y entrañable para los acambarenses y para los obreros del país. A continuación comparto con ustedes el contenido de la charla con la admirada escritora.
LA PRIMERA VISITA A ACÁMBARO
Yo me encontré por casualidad una foto de la locomotora 296 haciendo otro trabajo en el Archivo General de la Nación y me llamó mucho la atención que el pie de foto -era una foto que mandaban los trabajadores al presidente Miguel Alemán-, decía: “Locomotora construida en Acámbaro Guanajuato”. Eran los años ochentas, entonces yo estaba en el Seminario de Historia de la Ciencia y de la Técnica en la escuela de Filosofía y Letras de la UNAM, y me pareció muy interesante que en un lugar que era pequeño y distante, se hubieran construido locomotoras. Muerta de curiosidad, agarré mi mochila, mi hija y me vine a Acámbaro a ver qué encontraba en relación a esa historia. Inicialmente me senté en el zocalito (Plazuela Hidalgo) y dije, “alguien tiene que saber algo”, y vi en escala la construcción de la locomotora 295 y luego dije bueno, “mi gran método de investigación va a ser preguntarle a un viejito si él recuerda algo, tiene que haber alguien que se acuerde”. Le pregunté a un viejito y me dijo: “creo que hay un señor…”, y me llevó con don Rafael Silva, ese fue mi primer contacto. Rafael Silva me empezó a contar la historia, me fasciné y empecé a investigar, a través de la foto que había encontrado, en el Archivo General de la Nación. A través de esa relación se me ocurrió plantearlo como tesis de licenciatura, así que llegué con mi asesor y le dije, “¿sabías que habían construido locomotoras en México?”, se rió y me dijo, “claro que no”. Le dije, “te lo puedo demostrar” y me dijo, “si me lo demuestras te vas a graduar”. Y lo planteé como una propuesta de tesis de licenciatura y trabajé mucho por un lado en el Archivo de la Nación y por otro lado viniendo a Acámbaro a entrevistar a las personas. Posteriormente contacté a Eloisa Cardoso, quien también me empezó a contar toda esta historia. Finalmente para mí fue todo un orgullo. Cuando terminé la tesis, de repente como a las tres semanas me hablaron para decirme que había ganado el premio Maus, entonces era el premio a la mejor tesis de licenciatura de la UNAM, fue toda una sorpresa. Posteriormente presentamos el libro en Acámbaro y durante la presentación alguien dijo, “esta locomotora no está en la chatarra como usted dice en el libro, está equivocada”. Entonces yo, igual que mi asesor, me reí un poco y dije, “bueno, si está en algún lado dime dónde, tráela”, y el resultado es que tenían razón. Lo interesante es que es una historia que no termina, que siempre sigue con buenas noticias. Fue una sorpresa tanto para nosotros como para la UNAM, y creo que para Acámbaro mismo que tenía una idea remota de que en su municipio había existido un grupo de trabajadores que habían peleado contra las compañías norteamericanas por el derecho de construir sus propias máquinas. Cuando llegué a conversar con los ferrocarrileros, creo que estaban un poco ofendidos, sobre todo los que estuvieron con Cardoso porque no se había reconocido su trabajo, porque no sabían dónde estaba su máquina siendo que era parte de su familia, de su vida personal. Por eso tuve gran aceptación con ellos y me recibieron con mucho cariño: fueron horas y horas de conversación, de ver fotos y más fotos, ellos me tuvieron la paciencia de ver conmigo incluso cosas técnicas que a mí se me escapaban: que si el pistón era de tal tamaño… etc. Porque cada paso de conducción de la máquina me lo explicaron muchas veces. Fue para ellos de mucho gusto saber que hubiera alguien fuereño buscando una historia que para ellos era tan entrañable, que nadie se las creía, y que no se había valorado en todo el país.
LA HISTORIA DEL ABUELO PAULINO
Tuve un abuelo, Paulino Rizo, que vivía en Madruga, Cuba y que era maquinista, vivía en la estación de ese lugar. También tuve una abuela, para entonces niña, que era gente de mucho dinero en la ciudad de México, pero que con la Revolución Mexicana, huyeron hacia Cuba con la intención de ir a España. Sin embargo durante su estancia en la isla se fascinaron con el lugar y se quedaron. Además mi bisabuelo tenía una esposa enferma que empezó a tratarse en las aguas termales de Madruga lo que contribuyó mucho a que se quedaran. Pero mi abuelo el maquinista, vió a la jovencita y se enamoró perdidamente de ella. Y entonces la empiezó a conquistar a través del sonido del silbato de su máquina, era una historia que ella contaba insistentemente y decía, “es que me conquistó Paulino a silbatazos”. Y finalmente se la llevó a vivir a una estación chiquita de ferrocarril y no quizo regresar a México. Entonces el hecho es que ella se casa con el ferrocarrilero se queda a vivir en Cuba y luego de un tiempo mi bisabuelo se regresa a México. Crecí con esa historia, por esto tengo cariño al ferrocarril.
UN SALTO AL PRESENTE
Yo vine en los ochentas cuando se presentó el libro, regresé en 94 cuando se rescató la locomotora, que fue una fiesta inolvidable incluso escribí una crónica de eso. Me acuerdo que estaba sentada con Miss Acámbaro, muy guapa, y se acercó un muchacho coqueteándole y que le dijo, “oye, ¿quién te puede competir en belleza?”, y le responde “pues Fidelita, ¡y eso que ya tiene 50!”. Entonces eso habla de lo que he encontrado en Acámbaro: una fortaleza y un gusto por el ferrocarril, la fiesta de hoy es parte de esto mismo. En la actualidad para mí es lamentable el estado en el que cayó el ferrocarril, sobre todo en lugares como Acámbaro, que al entrar el diesel pierden importancia porque ya no son paradas para los trenes. Sin embargo este asunto del rescate de las estaciones ferroviarias es básico, debemos tener la capacidad de rescatar nuestros bienes muebles e inmuebles que son parte de nuestra historia nacional, tanto como la bandera, creo que por eso es tan importante el movimiento que se hace del rescate de la estación. Por otro lado, no creo que el estado tenga la culpa del asunto ferroviario, no creo que el hecho de que esté en manos privadas garantice nada en particular, pero sí creo que debe funcionar bien. Tuve el gusto de trabajar en el rescate cultural del ferrocarril del Sureste por ejemplo, y entregamos con números negros la empresa. Hicimos el rescate documental de archivos, hicimos un libro de la estación de allá y paralelamente el Museo de Ferrocarriles hizo el rescate de material rodante y clasificación de archivos. Lo que quiero decir es que a pesar de la privatización, hubo un esfuerzo muy importante de la empresa por rescatar la documentación, el material de archivo, las locomotoras, registrar todo lo que tenía valor histórico, parte de este material está en el Museo de Puebla. Pero lo básico para que eso pueda ser posible es la gente, no hay estación que valga la pena rescatar si no hay quién la cuide, quien vea por ella, y lo que veo en Acámbaro es esa gran voluntad de conservar esa memoria ferrocarrilera, y es lo que me hace venir una y otra vez, es por eso que digo que es como si nunca se pudiera terminar la historia de Fidelita. Cuando hice el libro yo había puesto que estaba desaparecida o chatarra, y no sólo se encontró, se trajo a Acámbaro, y no sólo eso, hay un club en torno a ello, y además hay un museo que se está rescatando y que está luchando por mantenerse en pie. Por eso creo que es muy positivo que en este México con tanta violencia y malos ejemplos, haya un lugar que siga firme en conservar su historia cultural y su historia ferroviaria. Claro que si me preguntas, ¡yo qué quisiera que fuera otra historia de los ferrocarriles en México!
paletas en el festejo de La Fidelita en la ex estación del ferrocarril)
LA FIDELITA NO FUE LA PRIMER LOCOMOTORA DE MÉXICO
y don Diego Mondragón director del Museo Bernardo Padilla)
LA DEUDA CON LOS JUBILADOS FERROCARRILEROS
(Emma Yanes, don Chema y La Fidelita)
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