¡Pos qué traía puesto señorita! Preguntó
el agente del Ministerio Público a Rosario cuando denunció que iba a ser violada
por su pareja con quien llevaba apenas dos meses de noviazgo, algunas semanas
después apareció muerta en su casa golpeada hasta el cansancio con un bate de
beisbol. Juan Pablo era pitcher en el equipo local, luego de ultimarla se
disparó con una vieja escopeta que usaba para cazar güilotas. Mientras me
contaba la historia, Teresa, amiga de Rosario, me miraba sin pestañear
empuñando con fuerza la mano izquierda, en ese instante entendí la razón de su
enojo, comprendí con tristeza la causa de su furia cuando gritaba consignas en
la marcha y se enteró de que había por
lo menos otras 50 muertas en el Guanajuato cuyo caso quedaba impune, sin acceso
a la justicia y lo que es mucho peor, en la desmemoria. “Yo no olvido, por eso
estoy aquí”, me dijo.
Hace algunas semanas Las Libres
se reunieron con el Observatorio Acambarense de Derechos Humanos Raúl Vera López,
el encuentro planteó la necesidad de unir esfuerzos con distintos grupos
preocupados por la ola de feminicidios en la entidad y surgió la idea de la
marcha simultánea que finalmente se cristalizó el pasado 21 de septiembre en 6
municipios de Guanajuato, incluido Acámbaro. El objetivo quedó muy claro:
exigir la alerta de género en la entidad, mecanismo que dicho sea de paso,
nunca se ha implementado en el país pero que existe y que haría posible en un
primer paso por lo menos asegurarse de los recursos técnicos y económicos que en teoría garantizarían el acceso pleno a
la justicia para cada uno de los casos, además permitiría que las familias de
las víctimas no quedaran a la deriva evitando un aumento en la descomposición
social. Se desconoce hasta el momento si una alerta de género resolvería a
cabalidad el problema del feminicidio en la entidad, pero significaría en
primer término que las autoridades de los tres niveles tendrían la oportunidad
de reconocer públicamente que requieren de otra estrategia para afrontar el
problema y explorar esta vertiente que podría resolver la problemática con un
mayor compromiso. Sin embargo la reiterada negativa por parte de autoridades
religiosas y gubernamentales de aceptar que más que un reconocimiento de
debilidad institucional la alerta de género se convertiría en una posibilidad
de enmendar el camino demostrando sensibilidad ante el panorama que nos aqueja,
está dejando el problema sin resolver, lo que implica que organizaciones
civiles tomen en sus manos la responsabilidad que la autoridad se niega a
reconocer, con todos los riesgos que ello implica. En tanto la descomposición
social crece y los problemas como las desapariciones, la trata de blancas, la
esclavitud, explotación laboral y prostitución relativos a las mujeres crecerán
de manera exponencial hasta convertirse en una bestia sin freno.
Cientos de mujeres nunca se han
cuestionado por qué existe el machismo y mucha gente no sabe que existe una
figura legal que le pone nombre a la saña con la que se mata a una mujer por el
hecho de haber nacido con vulva, hacer
que esta violencia se justifique implica poner en la mesa el concepto de
feminicidio.
Los matices del rechazo contra
las mujeres tienen raíces culturales muy marcados que han ido creciendo y se
han convertido en discriminación, el feminicidio es la punta de iceberg, es el
extremo más visible de la violencia, donde el factor de vulnerabilidad es haber
nacido en un cuerpo clasificado como mujer en un contexto donde los cuerpos son
tratados como objetos. Sabemos por datos de la Organización Mundial de la Salud
que la violencia de género es la primera causa de muerte entre mujeres de 15 a
44 años en el mundo, las cifras son más altas que las muertes por cáncer o por
accidentes automovilísticos. En México una de cada tres vive violencia y 7 de
cada diez asesinatos son cometidos
dentro de su ámbito familiar, en Guanajuato son 56 con nombre y rostro,
sin olvidar los casos de desapariciones y los casos de trata de personas. Mientras
no nos deshagamos de estos estereotipos tradicionalistas de lo que significa
ser hombre o mujer que están perpetuando esta violencia, seguiremos viendo
aumentar las cifras. Se suma a ello el que las autoridades no vigilan y muchas
veces impiden el acceso a la justicia a las víctimas a pesar de que se haya
aprobado la Ley de Acceso a una vida Libre de Violencia para las Mujeres, que
al no aplicarse se convierte en letra muerta. El hecho de que se exija una
alerta de género implica que las autoridades acepten que no están haciendo su
trabajo, además implica hacer a un lado los prejuicios y dejar de usar el
término crimen pasional para describir un hecho mucho más complejo.
“¿Qué irá a pasar ahora?”, se
preguntaban miembros del Observatorio Acambarense de Derechos Humanos Fray Raúl
Vera López al término de la marcha mientras recogían las cruces rosadas con los
nombres de cada una de las mujeres asesinadas, la lluvia ese día se veía
lejana. Sabían que la marcha había tenido eco, pero la pregunta siguió flotando
en el aire.
Metros más adelante doña Cata
caminaba con dificultad acompañando la marcha, se sentía indignada por el
asesinato reciente de una pareja de ancianos en Acámbaro que había conmocionado
a la comunidad de La Granja, “hacen bien en gritarle a todos que esto no puede
seguir pasando, por eso estoy aquí”, confesó mientras descansaba en uno de los
escalones del atrio parroquial, punto de encuentro de los manifestantes.
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