Día de muertos




Mientras en Acámbaro la violencia escala a niveles nunca antes vistos, en una de sus escuelas surge un remanso esperanzador. Es primero de Noviembre en Nuevo Chupícuaro,  la primaria representa el ritual purépecha que da la bienvenida a los muertos en un poblado donde la mayoría se va al norte y adopta costumbres extranjeras.  
 

De sabalina y jareta, con blusa bordada y cabello trenzado, aparece la maestra Elvia preparando la llegada de las mariposas Monarca con niños que revolotean vestidos de blanco atravesando la puerta de la escuela adornada con un arco de flores de cempasúchil y altares con papel picado; sus madres los traen de la mano y van cargando sus alas anaranjadas. Al fondo del patio, protagonista del evento, la colorida “K’estsïtakua” u ofrenda purépecha luce espléndida rodeada de frutos, panes, veladoras y un camino florido, tránsito de la vida a la muerte, dedicada a Hidalgo y a Morelos. Huele a copal, con  cantos y poesías los más pequeños evocan los espíritus de sus antepasados mientras brindan ofrendas a los presentes.
 “El interés del pueblo por reconocer sus raíces es lo que me trajo aquí”, dijo la maestra originaria de la Meseta Purépecha quien lleva trece años impartiendo con valentía la lengua purépecha en la primaria del histórico pueblo que pese a la influencia norteamericana se ha preocupado por preservar sus orígenes quizá como ningún otro en el municipio. 


Acámbaro es uno de los ocho municipios en el estado que trabaja con el programa “Asesor técnico pedagógico para la atención educativa a la diversidad social lingüística y cultural”, que promueve la enseñanza de las lenguas originarias respaldado por la Dirección General de Educación Indígena en coordinación con la SEG .  Y aunque en 2010 el INEGI contabilizó 40 lenguas originarias en el estado y recientemente la SDSyH realizó un censo que arroja una cantidad de 90 comunidades guanajuatenses reconocidas como indígenas que podrían demandar ayuda para reforzar su cultura, el avance todavía es muy pobre.





Con poco más de 111 millones de pesos anuales para operar en todo el país en tan sólo 24 estados según cifras proporcionadas por la SEG, uno de los obstáculos a los que se enfrentan para poder multiplicar el esfuerzo es la falta de personal docente con la preparación suficiente y el desinterés de padres de familia, gobiernos, mandos medios, supervisores y delegaciones de educación que impulsen estas actividades que están destinadas prioritariamente a reforzar el derecho de todo pueblo indígena a recibir educación en su lengua.  
Pese a ello, compromisos como el de Elvia Tomás van enraizando lento pero profundo en la comunidad y sin siquiera proponérselo el pueblo ya no luce brujas al por mayor en los primeros días de noviembre. El abrazo de la maestra está enseñando a sus alumnos a mirarse en lo profundo y serenamente la veo despedir a sus pequeñas mariposas con máscaras de viejitos, a sus poetas y cantantes que se van tarareando en la mente “Male Esperancita”.



Con poco más de 111 millones de pesos anuales para operar en todo el país en tan sólo 24 estados según cifras proporcionadas por la SEG, uno de los obstáculos a los que se enfrentan para poder multiplicar el esfuerzo es la falta de personal docente con la preparación suficiente y el desinterés de padres de familia, gobiernos, mandos medios, supervisores y delegaciones de educación que impulsen estas actividades que están destinadas prioritariamente a reforzar el derecho de todo pueblo indígena a recibir educación en su lengua.  



Pese a ello, compromisos como el de Elvia Tomás van enraizando lento pero profundo en la comunidad y sin siquiera proponérselo el pueblo ya no luce brujas al por mayor en los primeros días de noviembre. El abrazo de la maestra está enseñando a sus alumnos a mirarse en lo profundo y serenamente la veo despedir a sus pequeñas mariposas con máscaras de viejitos, a sus poetas y cantantes que se van tarareando en la mente “Male Esperancita”.




Pecado de omisión



Poco conocemos de lo que sucede al interior de las aulas en México. De manera extraoficial sabemos que en ellas operan grupos, en su mayoría de estudiantes, que someten a otros a través de la extorsión, el miedo y la violencia física. Sin embargo, ni los padres de familia, ni los maestros, ni las autoridades educativas o de salud han logrado adentrarse a fondo en la espesura del comportamiento juvenil en los espacios escolares, lo que ha generado un vacío que ha sido aprovechado por los jóvenes.  Sólo cuando se registra algún caso de violencia extrema que trasciende los muros de las escuelas, el fenómeno asoma su horrenda figura para luego regresar a su escondite favorito: el silencio institucional.
Este fenómeno asomó sus garras recientemente en Acámbaro cuando Jessy, una joven estudiante de preparatoria fue atacada brutalmente por un ex compañero de escuela mandándola al hospital en los límites con la muerte.  El caso actualmente está en proceso de investigación y los elementos que se tienen no permiten dar cuenta todavía de lo sucedido con exactitud. Sin embargo las preguntas que surgen tienen que ver fundamentalmente con lo que sucede no sólo al interior de los hogares, sino también al interior de las escuelas.



Y aunque el problema de la violencia es multifactorial, la impunidad que impera en el salón de clases es un reflejo impactante de lo que le pasa a nuestro país. Los estudiantes son sometidos por otros con prácticas de avanzado tono criminal: amenazan, roban, cobran piso e insultan incluso a sus propios padres y maestros. Los baños son puntos de reunión en donde se consumen alcohol y drogas; y problemas como el embarazo prematuro, el uso de armas, el abuso sexual, las depresiones o actos pre suicidas son el pan nuestro de todos los días. Las escuelas para muchos jóvenes han dejado de ser un lugar de capacitación y aprendizaje, para convertirse en verdaderos infiernos. Y es imposible en muchos de los casos no darse cuenta de ello a pesar de que los estudiantes callen, sobre todo si son víctimas de violencia y se encuentren amenazados.
Al parecer ni Operación Mochila, ni las cámaras de vigilancia colocadas en algunas secundarias, ni las nuevas leyes, han servido para inhibir los ímpetus delincuenciales de los estudiantes. Se cuestiona igualmente la pertinencia de las escuelas de tiempo completo en un contexto carente de infraestructura básica y la falta de reformas adecuadas al sistema educativo.
Lo que le sucedió a Jessy ha conmocionado a los acambarenses, sobre todo a un grupo de jóvenes que espontáneamente salieron a la calle para exigir un alto a la violencia. Pero esa conmoción no debiera petrificarse, habría que darle un cauce adecuado que implique el seguimiento del caso para que se resuelva con celeridad, además de revisar las omisiones en todos los niveles de autoridad que están costándole muy caro a nuestra sociedad. Con estos antecedentes, sería imperdonable que la agresión que sufrió Jessy se repitiera.