LA JUSTICIA QUE NO LLEGA


TOMÁS GONZÁLEZ, 1919

HISTORIAS DEL VIEJO CHUPÍCUARO

Tomás González, el de la mujer con ojos inquietantes, nació en 1919 en el Viejo Chupícuaro. Hablar con él es vivir lo que sólo se haya en los escasos libros que cuentan lo que le pasó al pueblo ahora inundado. De raigambre campesina, conoce bien los entresijos del movimiento ejidal en tiempos en los que se rebelaban contra los hacendados. Dice que tenía ocho años cuando Bruno García peleaba por las tierras. Era el año de 1927 y su padre Tomás González Monroy era uno de los que solicitaban ejido que hasta ese año empezó a conformarse. Por entonces muchos del rumbo trabajaban en las minas de Tlalpujahua en el Estado de México, con mínimas medidas de seguridad, explotados por los extranjeros. El padre de don Tomás fue uno de ellos, logró colarse en la mina mientras le daban las tierras con un puesto de velador gracias a un sobrino que tenía trabajando como gerente en aquel sitio. Sin embargo su alma campesina lo desbordaba y no resistió mucho tiempo, estaba fastidiado de trabajar por las noches. Un día preguntó a Bruno García para cuándo entregarían las tierras, él le dijo que no había fecha pero le sugirió que se regresara de donde andaba, así que abandonó la mina y entró en la lucha agraria. Para muchos era un escándalo que en Chupícuaro hubiera gente peleando por las tierras, que hubiera agraristas, puesto que estaban rodeados de haciendas, el pueblo parecía ser una cuna de rebeldes. El padre de don Tomás había heredado tierras de sus antepasados cerca del río Tigre, pero cada año en tiempo de lluvias se inundaban echando a perder la cosecha, así duraban los planes hasta un mes bajo de agua. No daba abasto para sobrevivir por eso no lo dudó mucho cuando supo que había un grupo de gente que peleaba por mejores tierras, esas que sólo estaban en manos de los más poderosos, de los hacendados. El grupo estaba liderado por Bruno García, “taba chico y andaba yo ahí de entremetido, un día oyí al ingeniero que fue a entregarles la tierra a los ejidos, ahí taba el señor luchador que se llamaba Bruno García, y le dijo: ¿hasta onde quiere su ejido don Bruno? Pues hasta onde no vea ingeniero.” Don Tomás es de los pocos que en la actualidad se precian de haber conocido de cerca a Bruno García, estaba muy chico todavía pero en la memoria se le quedó muy grabada la lucha que aquellos primeros agraristas chupicuarenses iban desarrollando conforme pasaba el tiempo. Don Bruno buscaba mucho al padre de don Tomás, en varias ocasiones le contó que no tenía dinero para ir a la ciudad de México a donde tenía que acudir para arreglar papeles. Así que se iba ocho días caminando por la orilla de la vía del tren.

Chupícuaro estaba rodeado de haciendas cuenta don Tomás: La Encarnación, Satemayé, Santa Inés y San Miguel. A las cuatro haciendas les fueron quitando terreno paulatinamente mientras los sacerdotes en el púlpito ponían el grito en el cielo, “los sacerdotes decían: los agraristas tan aborrecidos no tienen derecho de auxilios de iglesia, así amenazaban, que el que juera agrarista taba excomulgao y si tienen algún enfermo que taba a punto de morirse no les daba nada, y le gente les hacían caso”. La gente se dejaba convencer por los sacerdotes que estaban del lado de los hacendados, y hacían escarnio de todo aquel que fuera agrarista. Fue entonces cuando se desató la violencia, los poderosos hacendados no querían perder sus privilegios y contrataron gente para matar a todo aquel que pretendiera quitarles lo que decían era de ellos, “quedaron ardidos los haciendaos se vino la rebeldía, según creo los estaban sosteniendo todos los ricos, a ver si así les devolvían sus tierras, así es que con todo y eso y un sacerdote taban las cosas duras. Entonces vino otro padre nuevecito, se llamaba Berardo Silva, ese vino a dejar todo en paz cuando dijo: no se crean de lo que dicen, pami todos son iguales y cambió el tiempo, pero era triste”.

Don Tomás todavía se acuerda de algunos de los nombres de aquellos hacedados a los que incluso conoció en persona, “el de San Miguel se llamaba Joaquín, el de La Encarnación era un general que aguantó porque sabía lo que tenía que suceder; en Satemayé eran españoles y el de Santa Inés me parece que se llamaba Guadalupe, pero no me acuerdo el apelativo, pero pos era triste porque nomás Chupícuaro era agarista”.

En el proceso de convertirse en ejido, el plan de Satemayé que pertenecía a una familia española, pasó a la posteridad por la tragedia que se vivió en ese lugar. Dice don Tomás que antes se platicaba que cuando mataron al hacendado de Satemayé tenía su defensa, y que incluso había pedido garantías al gobierno y le dieron armas pero no fue suficiente porque al parecer murió traicionado por su propia gente, “y cómo creen que murió ese pobre? Entonces se usaba baldosa en los techos de las casas, él confiado de su defensa, agujeraron el techo le echaron gasolina pa’ bajo, le echaron cerillos y murió allí achicharronao. Después gritaban otros: ¡que ya mataron al patrón! ¡amos a verlo! Y ya traían los delantares llenos de puros pesos, luego que vieron el montón de oro, aventaban los pesos y se iban por el oro”, y remata don Tomás, “ya después se extendieron ejidos por onde quiera y ya, se acabó el cuento, pero sufrieron mucho los primeros”.

El año que no sembró

Don Tomás se acuerda de la educación que daban los padres cuando él era todavía chico. Eran hombres y mujeres más recios que castigaban muchas de las veces con golpes a los niños. Incluso daban permiso a otros adultos para que corrigieran a los hijos si consideraban que habían hecho algún daño. Y por eso se acuerda que al morir su padre, su mamá Tranquilina Domínguez López contrató un peón para trabajar el campo, don Tomás se iba con él pero con trece años apenas si conocía cómo trabajaba una yunta hasta que terminó de enseñarse solo. “Uncir es cosa muy antiva, yo creo que desde los indios. Por eso según platican, el presidente Alemán cuando hubo la matanza, quería acomodarnos con máquinas y que no trabajáramos con animales, pero no supimos corresponder, pero no nos hablaba claro. Uncir la yunta era lo que les ponía uno a los bueyes sacando la vuelta y embrocando el yugo atrás de los cuernos. Luego viene la coyunda que era larga de curtimiento de cuero que se compraba en Acámbaro. Había yugo largo y corto, el largo para cuando ya andaba uno escardando, el corto cuando era pa’ barbechar”. Y luego de recordar el proceso de uncimiento de una yunta, don Tomás nos hace una revelación: en toda su vida de campesino sólo un año dejó de sembrar, fue el año en el que se cambió de pueblo, el año en el que se inundó Chupícuaro, “de todos los años que tengo de edad y que he trabajaba en el campo, nomás ese año no sembré, en el año que nos cambiaron porque yo sentía que estaba duro y así fue”. Don Tomás recuerda que fue de los primeros en cambiarse porque la esposa de su hermano estaba por dar a luz y las embarazadas fueron de las primeras en mudarse.

LA MEMORIA TRAICIONADA

Pero la memoria de Bruno García, del padre de don Tomás y de muchos como ellos fue traicionada. Las tierras que costaron una intensa lucha a los viejos agraristas quedaron sepultadas bajo el agua y fueron cambiadas por pedazos de tierra pelona divididas en lotes sin forma. Por eso cuando Miguel Alemán vino a inaugurar la presa no hizo recuento de las viejas luchas agraristas ni siquiera hizo mención de los ejidos, se le olvidó mencionar el reparto injusto que hicieron a los campesinos a cambio de haber inundado sus fértiles tierras. Así lo recuerda don Tomás, “enseguida de que inauguraron la presa, se llenó de gente de distintas partes y ya el presidente Alemán habló de las tierras que eran pa’ los ejidatarios, no dijo agraristas, dijo agricultores de Chupícuaro. Y aunque nos dieron estas tierras, fue triste porque llegamos aquí y nos decíamos unos con otros ¡ay parecimos animales! nomás llegaban los carros que andaban cambiando y hacían un aventadero de triques en los terrenos que no estaban bardeados. Nos cambiaron el 49 y nos dieron las tierras hasta el 51, vivimos todos esos años pasando lástima, dejamos perder todo”.

DE NOVIOS

La matanza de los animales modificó los planes de matrimonio de don Tomás. Su novia la de ojos intensos, la de mirada escrutadora, no quería casarse con él y cuando le mataron sus reses perdió la esperanza. A pesar de todo duraron nueve años de novios y no fue sino hasta 1953 cuando don Tomás, después de una larga temporada de sequía, logró una buena cosecha “en ese tiempo no se usaba el abono nomás lo que daba la tierra. Se nos dio una milpa buena y nos tocaron 4 hectáreas a cada ejidatario y 150 costales de cien kilos, una cosecha bárbara, y dije ora sí nos vamos a casar, entonces vendí lo de un cuarto y ya nos casamos”. Unos años antes de su casamiento se vio obligado como muchos a buscar la vida en Estados Unidos porque el nuevo Chupícuaro tal como se los habían entregado no ofrecía más que un extenso terreno para hincarse a llorar. Se fue a Monterrey, a Texas, a Ciudad Juárez, pero la experiencia de trabajar para otro no le gustó y decidió regresarse.

LA MATANZA DEL CACALOTE

Cuando Elías Calles decidió cerrar todos los lugares de culto se vino la persecución de los sacerdotes y muchos como don Tomás recuerdan lo que se vivió en aquella época cuando se alzaron los cristeros y muchos sacramentos religiosos se hacían a escondidas en los lugares más inimaginables, “murieron muchos padres como esos que mataron ahí en el Cacalote, estaban re nuevecitos, porque andaba la ley, la persecución de los padres. Pos yo me figuro que el presidente hizo eso porque no había niños en las escuelas del gobierno y pagando los maestros, porque todo lo hacían los sacerdotes, ponían escuelas particulares y allí enseñaban a leer a escribir, y a rezar. Ora otra, el sacerdote estaba de acuerdo con el haciendao, se le perdían animales y decían: vamos a que me hagas unos ejercicios de encierro, y tenía que decile el padre al haciendao quién vía sido el que según había robado los animales pa’ castígalo aunque no fuera cierto, taba muy unido el clero con los haciendaos, y por eso yo creo que vino eso. A los padres del Cacalote cuando los encontraron les rebanaron el cuerito de los pies, y los del gobierno los hicieron andar en el suelo, a raíz. Fue un caso muy sonado”.

Para rematar la plática con don Tomás nos cuenta que a la fecha, la tierra que heredó de su padre se sigue sembrando y no deja de lamentarse por los planes que se quedaron sumergidos bajo el agua porque como él mismo lo dijo, el gobierno terminó dando tierras inferiores a las que tenían, por lo que a la fecha no se les ha hecho justicia.

nota: adelanto del libro Historias de mi Pueblo, esfuerzo de Diego Mondragón y Emma Aguado, con el apoyo de la comunidad chupicuarense y PACMYC 2011

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