HISTORIAS DEL CHUPÍCUARO VIEJO

DON SILVESTRE

LA TIERRA HECHA DE RECORTES

Es un hombre muy antiguo, el más antiguo del pueblo, cuando uno lo escucha hablar es como si de esa boca arrugada y sin dientes se proyectaran imágenes que están ancladas del otro lado de su cabeza, en un mundo que sólo existe en sus sueños hechos de burros descoloridos andando caminos, de hierbas del ángel que curan dolores de tanto comer tamales, de músicos que siembran chiles para no morirse de hambre, de hombres que se meten en los pozos para esconderse de los hacendados y a los que luego les brincan sus mujeres, de santitos milagrosos que salvan a la gente de las víboras cuando uno anda en una tierra que no es suya, ese mundo del que sólo quedan recortes, como él mismo lo dice, es el que lo alimentó y lo ha hecho durar tantos años varado en esta vida.

A la sombra del naranjo

Aquella tarde llegamos a su casa y don Silvestre que tiene ciento tres años nos recibió con tanta naturalidad como si todas las veces que pasamos frente a su jardín para verlo descansar bajo el árbol hubieran bastado para hacernos viejos amigos (o quizá nos reconoció de algún sueño). En aquel pueblo me la pasé feliz, nos dice don Silvestre a manera de bienvenida, con buen caballo me enseñé a lazar, a mangonear y todo, si, a trabajar hasta de noche, trabajé como un animal. Allá estaba acomodao, que madrugando y que en el garbanzo y quel trigo y que los frijoles. Cuando me vine pacá tres años duré pal’ viejo Chupícuaro yendo y viniendo, allá vendía leña en La Encarnación porque tenía que llevar la leche y dejar las tortillas, no me lo va a creer pero esa carretera era muy andable en el tiempo de la presa, que dicían que espantaban que robaban, que asaltaban en el camino, bueno a mí ninguno me salió. Mi suegro dicía que ardía en un pedacillo que él tenía, que era dinero, ¡puras papas!

Para medir las horas y curar enfermos

Desde que nació don Silvestre trae un gusto especial por el sueño, lo busca cuando sorbe el vaso de leche, cuando el cielo se nubla, cuando está a punto de llover, cuando el pasto está recién cortado, cuando encuentra a sus animales y los encierra como si volviera a ser el boyero de hace cincuenta años. Cuando no tararea alguna viejísima melodía dejando entrever sus escasos dientes, está dormido bajo el naranjo que se alcanza a percibir desde la calle de su casa en el Nuevo Chupícuaro, como dicen que se echaban a descansar los campesinos de antes luego de un hacer surcos y sembrar maíz. Tiene los ojos claros, engañadores, parece que miran sin mirar, están volcados dentro de sí mismos nadando en uno o dos recuerdos muy antiguos, pedazos de tierra removida por la yunta, viajes en burro a lomo pelado vendiendo chiles de colores. Duerme don Silvestre echado debajo del árbol, regresa al pueblo viejo.

La forma en la que don Silvestre mide el tiempo no es muy común pero funciona para no complicarse la existencia y su practicidad lo llevó a ordenar las horas en base a la necesidad que su cuerpo tiene de dormir, el resto del día era para trabajar y andar con los burros, “no me subía al burro porque me dormía y me caiba, pero andando tras de los burros si me dormía, me salía de la carretera y me volvía a agarrar el sueño y qué vida. Allá en mi rancho hice un corral con ramas, me encerraba y me dormía hasta las tres, cargaba leña y me venía, luego me daban las 6 en San Cayetano. Traía una manta de paca de frijol que era mi colchón y ponía troncos de mezquite y me rodeaba el sueño hasta que sentía una bola por estar acostado en un pico”.

La madre de don Silvestre también viene a nuestra plática invocada por él como una mujer fuerte que sabía curar con hierbas, “Mi mamá era una mujer muy trabajadora hacía tamales, diario estaba yo malo porque cuando uno hace tamales diario come uno y de chiquillo ahí ta malo, pero mi mamá sabía de medecinas y con la hierba de burro me componía, traigo dos matones aquí y con esas hierbas… es magnífica pa’ las bilis, y como yo he practicado también algo sé que en la botica le dicen también la hierba del ángel, muy medecinal. La sávila que también es buena pa’ las bilis, dos medecinas muy útiles”.

Los pleitos por las tierras

El hombre más anciano del pueblo nos contó que pudo comprarle a su esposa una máquina de coser de las famosas Singer con el dinero de sus tierras porque en algún momento de su vida tuvo muchas tierras, pero con el cambio sus tierras se hicieron menos hasta convertirse en diez hectáreas y por poco se queda sin casa, “me suplí yo con diez hectáreas y hasta los seis años (del cambio) me dieron el completo, llegando aquí onde me pagaron había como veinticinco casas, tuve como tres años contento y a los diez años se alborotó uno que me la quería quitar. Fuimos al juzgado de primera instancia, puras preferencias que le daban a los bandidos. Por fin que luego me jui pa México allá mandaron un alicenciado. Unos que me querían matar por fin me aventaron un balazo y yo de susto me achaparré, si no si me pegan. Ya cuando supe eran Pastor Jaimes y Tito Trujillo y Ciro Aguilar y desde que comenzaron los estaba custodiando el padre Herrera, pero pos yo gané el pleito, no quedé burlao de ellos…”, remata don Silvestre para dar paso a otra historia que cuenta a manera de un rompecabezas que debemos ir armando al paso de sus palabras. Se trata del pozo de don Abraham en tiempos en los que los ejidatarios estaban enfrentados con los hacendados por las tierras y había muchos muertos por esta causa, don Silvestre dice que en dicho pozo se metían los ejidatarios para esconderse y luego de ver tal desgracia las mujeres se aventaban con ellos, “los haciendaos se sentían muy santos muy divinos, y decían que los ejidatarios eran del infierno, allí con don Abraham que era del Jaral, llenaron el pozo de puros ejidatarios hasta dos mujeres se echaron, qué loqueras. Todo eso me contaron cuando yo estuve allí. Pero estaban más en su papel los ejidatarios porque los haciendaos estaban al bando de los americanos, de los españoles”.

La magia en las chilindrinas

Como quien sólo tiene una convicción en la vida, don Silvestre recuerda a su padre como un ser de pócimas y secretos que transformaba la masa en pan a la manera de un embrujo, “era un gran panadero que no lo hay en Acámbaro se llamaba Secundino García Santillán”. Las manos de don Silvestre se mueven como si regresara el tiempo en el que ayudaba a su padre a darle sentido a la masa para las chilindrinas y al pan hueco que sólo él hacía, “pos primero hacía el pan de dulce cortao y chilindrinas, tampoco hacen allá en Acámbaro, esas las hacía con un poco de masa de puras yemas de huevo bien amasados, como había azúcar de terrón, pos molía lazúcar gruesa y luego como brujería, la hoja mantecada la volteaba boca abajo y si alguna esquina no estaba bien la volvía a poner con su azúcar molida y gruesa, ahora ya no hay azúcar desa”. A Don Silvestre le gustaba mucho ser campesino pero también panadero y cuando su padre murió, su madre y su hermano siguieron con el oficio del padre, pero el pan no volvió a ser el mismo, “Había más panaderos pero eran aprendices del, era un panadero especial. Aquí en Acámbaro le ponen dos kilos de dulce a la arroba de harina y no queda bien, y mi papá le ponía tres kilos a la arroba de harina y queda un pan muy sabroso. Las acambaritas les hacía un hoyito en medio para que no reventaran cuando las echaba al horno y acababa de salir el vapor ya estaban listas pa’ sacalas”. El pan además acompañaba diferentes fiestas y se hacían de acuerdo a la comunidad de que se tratar, de diferente tamaño y textura, “El pan de Santa Inés, de San José era un pan que nomás era de puro tragazones, eran doce piezas grandotes empuchadas y doce trenzas grandotas y resquititos chiquitos pa’ ponerle a las ollas de atole de los coloquios. También había que los de la Luna de San Miguel que pos se comían un cargo y tenían que gomitalo pal siguiente año, por así era”.

De quemados y músicos pobres

Las fiestas han cambiado mucho con el paso del tiempo, han desaparecido tradiciones y han aparecido otros modos de hacer convites, pero antes se daba más lo que se conoce todavía como coloquios y aunque don Silvestre no se volvió muy afecto a ellos, sí recuerda que la gente se organizaba para hacerlos, “cuando yo taba chiquillo me gustaba y cuando estaba grande me caiban gordos. Cuando chiquillo estaba uno, un dicho Juan el Feo que le decían, como indillo y estaba un Bernardino que se estaba muriendo, ellos lo hacían, era el coloquio de la Virgen de Guadalupe y luego llegó don Camilo de Jerécuaro que hizo un coloquio de puros chiquillos. Ya de grande no me gustaron, una vez hubo muchos desórdenes en un coloquio que hicieron cuando se le salieron las bocanadas a uno de lo borracho que estaba”.

Cuentan que mucho tiempo atrás, la gente se detenía en las plazas para oír cantar a los músicos que venían de pueblos lejanos y contaban las noticias de lo que pasaba en el mundo. También dicen que antes la gente hacía canciones para que todo eso que vivían no se perdiera en el sonido hueco del desierto y por eso había corridos, libros muy pocos y para unos cuantos. Por eso don Silvestre nos platicó así: “Yo no miré nada de eso pero sí oyía las canciones que cantaban, en una fiesta que fue el año 8, me acuerdo porque yo nací en el 9, dicían que querían pa’ la fiesta bombas pero no había cañuela de la que se usaba en los reales y el cuetero dijo: se las voy a hacer con mecha de castillo, pero esas bombas no las echa ninguno, a la hora que las quieran echar me vienen a avisar a mí pa’ ir a echarlas yo. Y llegaron tres borrachos, las agarraron y se mocharon los tres en un ratito. Entonces era puro cuete chiquillo, un amigo mío usaba una camisa blanca que estrenaba cada año y andaba con esa camisa toda jumada por los cuetes, ya por cierto que a mí los cuetes nunca me han gustado, pero hacían un alborotazo de fiesta y música también de viento. Cuando yo estaba chiquillo había músicos de viento en Chupícuaro pero llegó el año del hambre y la gripa, unos se jueron pal panteón, otros diambre se jueron a trabajar al Oro y se desbarató la música. Yo estaba muy chiquillo, mi tío Refugio Alberto era músico y me contó que les asistían muy bien en La Soledad, habían ido a tocar allá y un dicho que le decían el Poche tocaba la tambora, en toda forma muy pobres, se alojaban a mi pa’ que los ocuparan cuando no tenían qué hacer, mi apá tenía un terreno en unas tierras pardas se compadecía de ellos y los ponía a que hicieron norias y echaba chiles, todo eso en tiempos del hambre, y como era panadero iba a traer harina a Acámbaro, pasaba por La Vega y nos traía camiones que se sembraban ahí, nosotros no sufrimos hambre, pero otros si, como el Poche todo mal vestido”.

Recortes

Los ojos de don Silvestre son dos ventanas que se sumergen constantemente en el mundo de las ensoñaciones, que salen a la superficie a observar el paso de la realidad y a pesar de todas las creencias de la gente, este gran abuelo no pierde detalle de la vida, por eso sonríe de esa manera. Al final de nuestro encuentro y como si viniera de una época remota en la que la humanidad se empecinó en medir la circunferencia de la tierra a como diera lugar dice, “en los tiempos de muy atrás no había kilómetros había leguas, la superficie del mundo me la dieron y sacó seis mil leguas, luego esas las midieron para sacar la circunferencia cinco mil ochocientos, luego dijeron que no es redondo el lugar y que la tierra está hecha de recortes…”.

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