Nunca será raro ver
a un acambarense cargar cajas repletas de pan amarradas con un mecate
atravesando el país, entrando a alguna casa donde le invitaron a pasar la noche
con las manos desbordadas de acambaritas, llegando al edificio de alguna
corporación empresarial con un traje reluciente y cinco bolsas de pan en los
costados; muy seguido viajan en metro con esos bultos, tratan de acomodarlos en
los autobuses, en algún tren del mundo, en un avión, llevan el pan como si
fuera un amuleto en maletas repletas de picones, rancheros o tallados que
logran sortear los requerimientos excesivos en las aduanas; ese pan hace
malabares para llegar a su destino y ha
ayudado a los oriundos de esta tierra a presentarse al mundo.
Y hoy que el pan de
Acámbaro logró la denominación de marca colectiva región de origen es necesario
reflexionar sobre la importancia de la tradición y por eso me permito compartir
un breve extracto de una reciente investigación que realicé para el Instituto
Estatal de Cultura sobre el tema y que en breve será publicada por la editorial
del estado:
En
Acámbaro existen alrededor de ochenta panaderías que son el sustento de cientos
de hogares dentro y fuera del municipio. El negocio ha crecido gracias a una
multiplicación de panaderos que salieron de los grandes amasijos para
aventurarse con sus propios expendios, muchos dicen es el pan más barato del
mundo.
El pan está viajando
hoy mucho más que antes y se vende como un producto no sólo tradicional sino
también regional lo que implica una suma de características físicas que le
hacen diferente al que se hace en otros lugares. Hoy el empresario produce más que antes, la demanda ha obligado a las panaderías a
modernizar todos sus procesos, el crecimiento ha permitido por un lado tener
más ganancias, emplear a más gente, adquirir tecnología de punta, extender su
radio de venta con la adquisición de vehículos repartidores, pero en el proceso
se corren algunos riesgos: la tradición se va diluyendo, los viejos panaderos
están desapareciendo sin dejar escuela, se mueren las recetas antiguas.
Para quienes se
inclinan por las ventajas de la modernidad el beneficio más palpable además de
la higiene, ha sido la disminución del trabajo físico del panadero y a partir
de la marca región de origen habrá reglas que estandarizan el proceso de hacer
pan en este lugar en aras de establecer procesos de certificación de calidad y
sanidad. Pero si la preocupación principal se vuelca únicamente a las ganancias
que se obtienen, los viejos panaderos que conocían las artes de hacer pan
grande sin prisas, con técnicas heredadas de muchos años atrás, morirán dejando
un vacío que será difícil recuperar. Por eso es urgente valorar la historia que
va implícita en cada tallado o en casa acambarita. Hoy más que nunca no debe
olvidarse que este pan no sólo ha sido nuestro embajador, también es parte de
nuestra identidad.
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