Por Emma Aguado
Los acambarenses tienen esa rara
costumbre de hacer fiesta patronal en plena época de lluvias: no les importa
mucho andar chapoteando entre las calles que se vuelven ríos de agua a ritmo de
las tamboras y las trompetas; pueden aguantar estoicos hasta las granizadas más
intensas mientras peregrinan al templo principal rogando a todos los santos que
los castillos no se ceben, que la pólvora resista, que los paraguas no se
volteen, que las lonas no se rompan, porque no hay que quedarle mal a la del
santo, a la patroncita, a la Virgen del Refugio. Y justo uno de estos días de
julio, día memorable porque registró una lluvia de aquellas, conversaba con
Carmen Herrera autora del libro “Detrás del Mural”. Encerradas en la oficina
del Museo Local en Acámbaro apenas si notamos los gritos divertidos de las
niñas corriendo entre los charcos que andarían buscando camión para llegar a la
feria. Carmen me contaba de Pedro Cruz, considerado uno de los máximos artistas
acambarenses a pesar de haber nacido en Michoacán (nacido en Santa Ana Maya) a
quien hoy conoce tan profundamente a pesar de haberlo visto sólo una vez en su
vida.
El 20 de junio pasado, el casi
recién estrenado auditorio del Instituto Municipal de la Cultura de Acámbaro se
desbordaba de gente que quería estar presente en primera fila durante el
homenaje al gran pintor: el maestro del mural religioso. Algunos sólo alcanzaron
a asomar su nariz y otros se fueron acomodando como podían en los espacios
vacíos y alfombrados para ser parte de ese gran acontecimiento. Amigos,
familia, admiradores, autoridades municipales, curiosos y periodistas se
apretujaban con gusto en la presentación del primer libro que hace un recuento
de la vida y del legado artístico de Cruz Castillo a diez años de su
fallecimiento.
Sorprendidos de su vasta obra, y
también de su vasta familia, algunos se enteraban hasta ese día que fue él
quien diseñó la imagen de los cigarros Faros, esos tan menospreciados por las
clases altas y tan populares entre la gente sencilla, estrechamente vinculados
con la vida campesina y preferidos por los bohemios e izquierdistas; muchos
también se iban enterando de que fue él quien diseñó la imagen de las pastillas
Usher, las blanquiazules encelofanadas que se reparten a la salida de las taquerías,
de las cenadurías y de los restaurantes para refrescar los alientos más encebollados
porque esos sí no hacen distinción de clases sociales. Hasta ese día Pedro Cruz
no era más que pintura religiosa, ¡vaya chasco!
Entonces Carmen me contó una
anécdota de las que hacen pensar que realmente existe el destino. “Yo trabajé
en el INEGI en el 2000 allá en el D.F. Me tocaba caminar por las calles
siguiendo a mis entrevistadores, y en la colonia del Valle hay un hermoso
templo que es del Inmaculado Corazón de María en donde paraba a descansar y a
orar. Pero sobre todo hay una belleza en la pintura que se plasma en sus muros:
hay mujeres bíblicas en pechinas, algo inusual, pasajes hermosos de la vida de Jesús,
recuerdo haber visto la firma y era P. Cruz. Cuando llego a Acámbaro y conozco
a la Güera Cruz no sabía que era su hija todavía. En 2003 la Güera me invitó a
un cumpleaños donde conozco a su padre quien estaba en silla de ruedas, lo
saludé y me dijeron que era el artista de los murales de San Francisco y del
Santuario, pero hasta ahí. Luego empecé a relacionarme, y fue hasta 2007 que me
di cuenta, al iniciar la investigación, que él había sido el que pintó aquellos
muros que tanto me gustaban”.
En la raíz de la obra “Detrás del
mural” hay una gran necesidad de contar la vida de este magnífico artista y ser
humano que no se había hecho antes. En 2007 Carmen inicia su trabajo de
investigación impulsada sobre todo por el cariño de la familia Cruz y de unos
cuantos amigos en un encuentro de escritores en Salvatierra. Y aunque pensaban
terminar en un año, la vida que guarda sus propios secretos, alargó los meses,
lo que permitió que la obra se enriqueciera: los años la maduraron, le dieron
más cuerpo, la llenaron de forma, “fue necesario el tiempo”, comentó
contundente la autora.
“En el libro hay un listado
cronológico que su hijo Pedro Pablo me estuvo puntualizando. Este listado de
las obras del maestro dejan un legado artístico de 250 obras, distribuidas en
más de 50 recintos, templos, capillas, seminarios, la mayor parte se encuentra
en Michoacán, en Guanajuato, en el DF, luego en Chihuahua, Sinaloa, Puebla, y
en Estados Unidos hay en El Paso Texas y en Los Ángeles California”.
Carmen de formación comunicóloga,
dice con modestia que su obra es un punto de partida, una orientación para
trabajos posteriores más especializados en arte, habla del lenguaje sencillo,
sin tecnicismos con el que está hecho el libro, y aunque la obra no es especializada
en crítica de arte, el logro de Herrera es sin duda el habernos acercado al
maestro del muralismo religioso de Acámbaro abriéndonos una puerta hacia su
interior y permitirnos conocer un pedazo de su alma, “… más que la cantidad y
la calidad de la obra, te impresiona cuando sabes que hay una gran congruencia
entre el ser humano y el artista. En su obra está la calidad, la plenitud, pero
también la calidad humana. Su pasión por los animales, por sus hijos”.
Hay en la vida de don Pedro Cruz
una pasión que no pudo ejercer como hubiera querido, la autora del libro cuenta
que su familia sabía que él prefería la pintura de caballete, las flores, los
paisajes, los retratos, pero la pintura mural “le abrazó como un destino”, con
eso le daba de comer a sus hijos, en pocas palabras pagaba las cuentas. La
mayoría de los murales del maestro Cruz fueron encargos que asumió con suma
responsabilidad, pero Carmen sospecha que en su época de maestro rural pudo
haber pintado murales revolucionarios con Villas, Zapatas o Carranzas. Y para
comprender el trabajo del artista al que se le achaca haberse dedicado en
exceso a los temas religiosos, no debemos perder de vista que “…la obra debe
estudiarse dentro del recinto, ubicarnos en el lugar donde pintó, en su
contexto”, comenta la investigadora.
Pedro Cruz empezó en 1939 a
decorar los muros del templo de la Divina Clemencia en Santa Ana Maya por
encargo, época en la que Rivera desplazaba sus manos en los muros del Palacio
Nacional y junto con Siqueiros y Orozco eran los referentes inmediatos de este
movimiento artístico post revolucionario.
A partir de ahí el santamayense comenzó su carrera como muralista
dedicado a los temas religiosos, la autora de Detrás del mural hace un recuento
de algunas de las obras más representativas del pintor que aparecen con sumo
cuidado en el libro y que permiten acercarnos a su obra más desconocida. Y explica
que la selección no fue sencilla pero describe cuál fue el criterio que
utilizó, “En el libro manejo citas bíblicas, doy una orientación temática al
lector. En un principio fue muy difícil hacer una clasificación de tanta obra,
por eso me basé en el tema. Por ejemplo manejé tema del Niño Jesús, de La
Sagrada Familia en primer término; enseguida la vida, pasión, muerte y
resurrección de Jesús, es decir el viacrucis; viene San José y las Vírgenes de
lo que hay mucho. También varias de las evocaciones y la mayoría es sobre el tema de evangelización
y testimonios de vida: pasajes de Jesús misericordioso, hombres santos como San
Isidro, San Antonio o misioneros como Vilaseca y las religiosas claretianas, el
gran bagaje de obra lo encontramos en el de la evangelización.”.
A Carmen se le humedecen los ojos
cuando trae a su memoria la generosidad del artista al que le dedicó largos
meses de su vida. Agradecida y sorprendida con lo encontrado no deja de
remarcar el legado humano del pintor y
me comparte que hubo mucho material que tuvo que dejar fuera por
cuestiones de espacio, uno de los obstáculos con los que se topó para
realización de esta obra que ha sido meticulosamente cuidada hasta en el más
mínimo detalle y que también sorteó las dificultades que la falta de
presupuestos implican. Para muchos acambarenses las pinturas del michoacano que
quiso tanto a este pueblo se cuentan entre los primeros recuerdos de infancia,
cuando los ojos apenas niños se fijaban insistentes en las imágenes que dejó
plasmadas en los templos: en Acámbaro por ejemplo, pensar en los evangelistas es
remontarnos a las imágenes que Pedro Cruz plasmó en la parte superior del
templo de San Francisco. “La primera vez que vi al artista en mi vida fue en una
sola ocasión en un cumpleaños, mi hermano empujó su silla de ruedas, yo todavía
no sabía que él había pintado aquellos murales que tanto me gustaban”, comentó
la autora del libro.
La conversación terminó cuando la
lluvia torrencial había dejado de ser amenaza, Carmen y yo nos despedimos con
un abrazo afectuoso en medio de las decenas de bocetos y fotografías nunca
antes vistas y que hoy se pueden admirar en el Museo Local. La sala de
exhibiciones a media luz emanaba una sensación distinta, casi pude ver a don
Pedro en una esquina mirándonos desde su silla.
1 comentario:
¿Dónde se puede conseguir el libro? alfco8@hotmail
Publicar un comentario